lunes, noviembre 21, 2011

El contador de cuentos

Desde niña me inculcaron una pasión que hasta ahora persiste en mi vida, la lectura. Tengo recuerdos vagos de mis primeros libros, tantas historias! Mi abuelita todavía se acuerda de la "tiradera, tiradera" que yo decía tratando de repetir la frase de un libro de patitos que estaban contentos por la llegada de la "Primavera" :) Yo toda linda, supongo que tenía como 2 años, ni idea...

Me vienen a la mente recuerdos, pero más que eso, son sensaciones, algo que oprime mi corazón al evocar esas imágenes de sucesos que se me clavaron en el alma, y a pesar de no haberlos vivido en carne propia, pude experimentar ese gran viaje al que te llevan los libros, a recorrer sus vidas, sus historias,esas que simplemente marcaron mi infancia y porvenir... Me acuerdo de una niña que perdió a su mamá en medio de una muchedumbre y de un señor que la carga para ayudarla a encontrarla,  o del gigante egoísta que corre a los niños de su jardín y también del príncipe feliz, estatua de oro que ayuda a los necesitados a través de una golondrina, estos últimos, mis primeros acercamientos a la literatura de Oscar Wilde sin que yo lo supiera.

Dejo aquí un cuento que había mantenido muchos años escondido en mi subconsciente, que en esos años infantiles repitiera durante varias noches antes de dormir y que ahora resurge de entre mis recuerdos enterrados y el google, a ver qué les parece...




¿De dónde  sacas tus cuentos?
- Del pozo
- ¿Del pozo?
- Sí del pozo. Del fondo del pozo. Están revueltos con el agua, con las ranas y
con las estrellas; pero hay que saber sacarlos…
El contador de cuentos  guarda silencio de enigma. Sentado  sobre los adobes   de
una tapia y balanceando  al aire sus piernas de barro, mira de reojo a “la
preguntona”.
“La preguntona” es una niñita  frágil, como de cera, blanca y crédula.
El contador  de cuentos sabe la importancia que sus embustes  le han ganado  entre
la chiquillería  de Palo Verde. Al final de los días, cuando empieza  a parpadear la
tarde, él  se sienta en el murito que marca una raya paralela entre la chacra y el
camino. Allí van  todos los niños  del pueblo a embaucarse con el milagro de su
fantasía, plagada de campanas, de príncipes malos y de mendigos santos; de lobos,
de hechiceros y de brujas.
-¿Sabes? – dice, como haciéndose  a “la preguntona” el favor de confiarle  un
secreto- El pozo dice sus cuentos en las noches. Cuando hay luna  es cuando se
pueden  sacar los más bonitos.
-¿Y cómo los sacas?
- ¡Pues… nada! Me siento  en el borde  y meto la cabeza dentro. Allí  estoy
quietecito, mirando  para abajo y escuchando, escuchando. Luego de estar así  un
rato puedo oír  lo que el pozo  dice…
El auditorio  contiene la respiración  para que no se escape ni una sola de las
palabras  que el embustero hilvana.
- Anoche – afirma-, me contó la historia de una caracolita.
- ¿Una caracolita?
- Sí,  y un grillo.
Una  nueva pausa. Las bocas  entreabiertas y los ojos redondos esperan ávidos. La
voz infantil del contador de cuentos inicia su relato en medio de un  silencio
profundo. Ya ni “la preguntona” se atreve  a interrumpirlo.
- Era una caracolita  de color rosa. Una mañana  dijo a su madre:
- Mamá, yo quiero casarme.

- Bueno – dijo  la señora Caracola – Ven para que te ponga bonita.
Y la llevó  a un charco para lavarle  la cara. Le pintó  sus labios de color de la
sangre; le puso un traje nuevo y moñito azul sobre la cabeza, y le dijo:
- Vete  a la calle para que busques un novio. Como te verán bonita, todos van querer
casarse contigo. Tú escoges.
- Madre, ¿a cuál debo escoger?
- Al que sea mejor marido.
- ¿Y cuál será el mejor marido?
- El más trabajador.
Después, la madre  explicó  a su niña  que toda caracolita debe buscarse un
compañero que sea muy trabajador, para que le construya  una casa bonita y la lleve
cargada  sobre su espalda.
La caracolita  salió  a la calle  cantando abriendo  muy bien los ojos.
A la orilla  del camino  estaba un topo  gris y los ojos opacos de su amigo  topo. Olía
a sudor y a mugre: pero era muy trabajador y sabía  construir su casa. Y ella tuvo
miedo de pasar  las noches a su lado.
Corrió, corrió, corrió hasta que se encontró con un caracol  que caminaba despacito,
arrastrando  su casa de cristal sobre la espalda.
- Buenos días, señor caracol
- Buenos días, Caracolita.
- ¿Qué está  usted haciendo?
- ¡Trabajando!
La caracolita tuvo miedo otra vez. Miedo  de pasar  los días al lado de aquel caracol
trabajador y huraño.
- ¡Qué feas  son las gentes que trabajan!- pensaba – Yo no me casaré nunca.
Pensando, pensando, se le vino la noche encima.
Como  estaba cansada, se sentó  a la entrada del bosque. Tenía tanta tristeza  que
los ojos se le habían puesto salados. De pronto, una música suave y alegre  le atajó
el llanto. Detrás  de los matorrales  alguien  tocaba violín  y cantaba una cancioncilla.
Cuando estuvo cerca se encontró con un grillo joven  que tocaba su violín  y daba
saltitos.
-“¡Qué grillo tan lindo! – pensó – Si yo pudiera casarme con él”. Mientras  más lo
miraba, más  bello le parecía. “Ese grillo bailarín y alegre, un magnífico marido! La
vida sería bella, deliciosamente bella a su lado, siempre oyendo su música y
siguiendo sus danzas”.

- Buenas noches, señor Grillo.
- Buenas noches, Caracolita.
- ¿Qué estás haciendo?
- ¡Bailando!
La caracolita   pensó con ilusión: ¡ Si este grillo supiera trabajar…!
- Y cuando  no bailas, ¿Qué haces?
- Cuando no bailo, canto.
-  Y cuando  no cantas, ¿Qué haces?
- Cuando no bailo, ni canto, toco el violín.
- Y  cuando no bailas, ni cantas, ni  tocas el violín, ¿Qué haces?
- Cuando no bailo, ni canto, ni toco el violín, me echo  a dormir y sueño que estoy
bailando y cantando  y tocando el violín.
La  angustia  empezaba  a hacer nudo en la  garganta de la caracolita.
- Pero… ¿no trabajas nunca?
- No, Caracolita. ¡Dios   me cuide! Si yo trabajara con mis brazos, se me
cansarían los brazos y luego no podría tocar el violín!
- ¡Podría trabajar  con las piernas!
- ¡No! Si yo  trabajara con las piernas, se me cansarían las piernas y luego no podría
bailar.
- ¡Con  la boca…!
- ¡No, Caracolita, no! Si yo  trabajara con la boca, se me cansaría la boca  y no podría
cantar.
“Es triste – se quedó  pensando en la Caracolita- , cuando  se encuentra alguien con quien
nos gustaría casarnos, él no sabe trabajar.”
Sus ojos volvieron a ponerse salados, y pensó  en las palabras de su madre:
“Un hombre   trabajador, para que tengas tu casita.”
-Grillito, ¿Quieres casarte conmigo?
-¿Casarme contigo?
- Sí, me gustas mucho.
- Pero…¿Y dónde vamos  a vivir?
- No te apures por eso, Grillito. Yo lo arreglaré todo.
Presurosa  se fue  a la huerta y cortó una calabaza grande. Con mucho cuidado, alegre, le
sacó las tripas, y la pintó de  rojo. Hizo en la parte de arriba una puertecita por dónde
entraría el sol en las mañanas y en las noches  la luz de las estrellas.
Se casaron y vieron felices, muy felices. La Caracolita  se levantaba en la madrugada a
buscar yerbas para el desayuno, que llevaba  a la cama  donde dormía su grillo. Mientras

ella arreglaba la casa y preparaba la comida,  él tocaba su violín. Por todas las tardes  salían
los dos al bosque, él  para cantar  y bailar, y ella para mimarlo. Se pintaba de rojo  los labios
y se envolvía en un manto azul, y eran  felices: él cantando, bailando y tocando el violín; ella
mirándolo… mirándolo….mirándolo… mirándolo.
Una noche,  cuando se metieron  a su casita con el fin de dormir, no había estrellas, ni luna
y las ranas comenzaban a llamar  a la lluvia con sus voces roncas.
Apenas  se habían metido  en la cama cuando la lluvia comenzó a dejar caer sus goterones
gordos que repicaban  en el techo de la casa como si fuera Sábado de Gloria.
- Grillito . dijo ella- ,estoy  pensando  si nos olvidaríamos  de cerrar la ventana del techo.
- Duérmete, Caracolita, ya mañana veremos si está cerrada.
- Grillito , ¡ levántate a cerrar la  ventana, que la lluvia está cayendo dentro de la casa!
- Duérmete, Caracolita; si la casa se moja , el sol de  mañana  volverá  a secarla.
- Grillito, ¡levántate a cerrar la ventana, que el agua sigue entrando!
- Duérmete, Caracolita. Sueña  que estoy bailando y que tú me miras. Ya
mañana veremos cómo  echar  afuera el agua de la lluvia.
Y se durmieron  los dos. Él soñando que cantaba y bailaba y tocaba el violín, y ella
llorando porque su marido  era perezoso, tan perezoso  que no sabía levantarse de
la cama  para  cerrar una ventana.
Y la lluvia siguió entrando por la ventana abierta e inundó las patas de la cama; y
siguió subiendo, y subiendo y subiendo hasta que cubrió al grillo y a la caracola que
estaban dormidos, y … ¡se ahogaron!

Cuando el embustero  terminó su cuento, el pánico  se había retratado   ya en las
caras  del auditorio, y un grito de espanto salió  de las bocas  abiertas.
- ¿Por qué se ahogaron?
- ¡Por que el grillo era flojo y no quiso levantarse a  cerrar la ventana!
- ¡Eres malo!
- ¡Eres malo!
- ¡Eres malo! – gritaron todos indignados- ¿Por qué dejaste que se ahogaran?
      Y el llanto apareció  en los ojos, y las miradas  se tornaron  agresivas.
- Bueno… - dijo  el contador de cuentos- , eso es lo que a mí me dijo el pozo.
Mañana le vuelvo a preguntar. ¡Alo mejor no  se ahogaron!
¡A lo mejor habían aprendido a nadar!




Y a lo mejor tengo otros cuentos que rescatar e incluso algunos que contar...





5 comentarios:

Unknown dijo...

Gracias por este cuento, me gusto muchísimo recordarlo de mis lecturas de niño.

Anónimo dijo...

Hola este cuento y el de la niña que quería sacar a su mama de la cárcel me los contaba mi papá cuando era niña, pero su libro se perdio, podrian darme el nombre del libro????

Anónimo dijo...

Se llamaba el galano arte de leer

Anónimo dijo...

Me pareció bien gracias

Anónimo dijo...

Tres días después de que los gendarmes se llevaron a su mamá, Toñita fue a buscarla a donde le dijeron que podía encontrarla... ay! Yo también recuerdo con tanto cariño esas noches de cuentos. El del Pinto también