Me vienen a la mente recuerdos, pero más que eso, son sensaciones, algo que oprime mi corazón al evocar esas imágenes de sucesos que se me clavaron en el alma, y a pesar de no haberlos vivido en carne propia, pude experimentar ese gran viaje al que te llevan los libros, a recorrer sus vidas, sus historias,esas que simplemente marcaron mi infancia y porvenir... Me acuerdo de una niña que perdió a su mamá en medio de una muchedumbre y de un señor que la carga para ayudarla a encontrarla, o del gigante egoísta que corre a los niños de su jardín y también del príncipe feliz, estatua de oro que ayuda a los necesitados a través de una golondrina, estos últimos, mis primeros acercamientos a la literatura de Oscar Wilde sin que yo lo supiera.
Dejo aquí un cuento que había mantenido muchos años escondido en mi subconsciente, que en esos años infantiles repitiera durante varias noches antes de dormir y que ahora resurge de entre mis recuerdos enterrados y el google, a ver qué les parece...
¿De dónde sacas tus cuentos?
- Del pozo
- ¿Del pozo?
- Sí del pozo. Del fondo del pozo. Están revueltos con el agua, con las ranas y
con las estrellas; pero hay que saber sacarlos…
El contador de cuentos guarda silencio de enigma. Sentado sobre los adobes de
una tapia y balanceando al aire sus piernas de barro, mira de reojo a “la
preguntona”.
“La preguntona” es una niñita frágil, como de cera, blanca y crédula.
El contador de cuentos sabe la importancia que sus embustes le han ganado entre
la chiquillería de Palo Verde. Al final de los días, cuando empieza a parpadear la
tarde, él se sienta en el murito que marca una raya paralela entre la chacra y el
camino. Allí van todos los niños del pueblo a embaucarse con el milagro de su
fantasía, plagada de campanas, de príncipes malos y de mendigos santos; de lobos,
de hechiceros y de brujas.
-¿Sabes? – dice, como haciéndose a “la preguntona” el favor de confiarle un
secreto- El pozo dice sus cuentos en las noches. Cuando hay luna es cuando se
pueden sacar los más bonitos.
-¿Y cómo los sacas?
- ¡Pues… nada! Me siento en el borde y meto la cabeza dentro. Allí estoy
quietecito, mirando para abajo y escuchando, escuchando. Luego de estar así un
rato puedo oír lo que el pozo dice…
El auditorio contiene la respiración para que no se escape ni una sola de las
palabras que el embustero hilvana.
- Anoche – afirma-, me contó la historia de una caracolita.
- ¿Una caracolita?
- Sí, y un grillo.
Una nueva pausa. Las bocas entreabiertas y los ojos redondos esperan ávidos. La
voz infantil del contador de cuentos inicia su relato en medio de un silencio
profundo. Ya ni “la preguntona” se atreve a interrumpirlo.
- Era una caracolita de color rosa. Una mañana dijo a su madre:
- Mamá, yo quiero casarme.
- Bueno – dijo la señora Caracola – Ven para que te ponga bonita.
Y la llevó a un charco para lavarle la cara. Le pintó sus labios de color de la
sangre; le puso un traje nuevo y moñito azul sobre la cabeza, y le dijo:
- Vete a la calle para que busques un novio. Como te verán bonita, todos van querer
casarse contigo. Tú escoges.
- Madre, ¿a cuál debo escoger?
- Al que sea mejor marido.
- ¿Y cuál será el mejor marido?
- El más trabajador.
Después, la madre explicó a su niña que toda caracolita debe buscarse un
compañero que sea muy trabajador, para que le construya una casa bonita y la lleve
cargada sobre su espalda.
La caracolita salió a la calle cantando abriendo muy bien los ojos.
A la orilla del camino estaba un topo gris y los ojos opacos de su amigo topo. Olía
a sudor y a mugre: pero era muy trabajador y sabía construir su casa. Y ella tuvo
miedo de pasar las noches a su lado.
Corrió, corrió, corrió hasta que se encontró con un caracol que caminaba despacito,
arrastrando su casa de cristal sobre la espalda.
- Buenos días, señor caracol
- Buenos días, Caracolita.
- ¿Qué está usted haciendo?
- ¡Trabajando!
La caracolita tuvo miedo otra vez. Miedo de pasar los días al lado de aquel caracol
trabajador y huraño.
- ¡Qué feas son las gentes que trabajan!- pensaba – Yo no me casaré nunca.
Pensando, pensando, se le vino la noche encima.
Como estaba cansada, se sentó a la entrada del bosque. Tenía tanta tristeza que
los ojos se le habían puesto salados. De pronto, una música suave y alegre le atajó
el llanto. Detrás de los matorrales alguien tocaba violín y cantaba una cancioncilla.
Cuando estuvo cerca se encontró con un grillo joven que tocaba su violín y daba
saltitos.
-“¡Qué grillo tan lindo! – pensó – Si yo pudiera casarme con él”. Mientras más lo
miraba, más bello le parecía. “Ese grillo bailarín y alegre, un magnífico marido! La
vida sería bella, deliciosamente bella a su lado, siempre oyendo su música y
siguiendo sus danzas”.
- Buenas noches, señor Grillo.
- Buenas noches, Caracolita.
- ¿Qué estás haciendo?
- ¡Bailando!
La caracolita pensó con ilusión: ¡ Si este grillo supiera trabajar…!
- Y cuando no bailas, ¿Qué haces?
- Cuando no bailo, canto.
- Y cuando no cantas, ¿Qué haces?
- Cuando no bailo, ni canto, toco el violín.
- Y cuando no bailas, ni cantas, ni tocas el violín, ¿Qué haces?
- Cuando no bailo, ni canto, ni toco el violín, me echo a dormir y sueño que estoy
bailando y cantando y tocando el violín.
La angustia empezaba a hacer nudo en la garganta de la caracolita.
- Pero… ¿no trabajas nunca?
- No, Caracolita. ¡Dios me cuide! Si yo trabajara con mis brazos, se me
cansarían los brazos y luego no podría tocar el violín!
- ¡Podría trabajar con las piernas!
- ¡No! Si yo trabajara con las piernas, se me cansarían las piernas y luego no podría
bailar.
- ¡Con la boca…!
- ¡No, Caracolita, no! Si yo trabajara con la boca, se me cansaría la boca y no podría
cantar.
“Es triste – se quedó pensando en la Caracolita- , cuando se encuentra alguien con quien
nos gustaría casarnos, él no sabe trabajar.”
Sus ojos volvieron a ponerse salados, y pensó en las palabras de su madre:
“Un hombre trabajador, para que tengas tu casita.”
-Grillito, ¿Quieres casarte conmigo?
-¿Casarme contigo?
- Sí, me gustas mucho.
- Pero…¿Y dónde vamos a vivir?
- No te apures por eso, Grillito. Yo lo arreglaré todo.
Presurosa se fue a la huerta y cortó una calabaza grande. Con mucho cuidado, alegre, le
sacó las tripas, y la pintó de rojo. Hizo en la parte de arriba una puertecita por dónde
entraría el sol en las mañanas y en las noches la luz de las estrellas.
Se casaron y vieron felices, muy felices. La Caracolita se levantaba en la madrugada a
buscar yerbas para el desayuno, que llevaba a la cama donde dormía su grillo. Mientras
ella arreglaba la casa y preparaba la comida, él tocaba su violín. Por todas las tardes salían
los dos al bosque, él para cantar y bailar, y ella para mimarlo. Se pintaba de rojo los labios
y se envolvía en un manto azul, y eran felices: él cantando, bailando y tocando el violín; ella
mirándolo… mirándolo….mirándolo… mirándolo.
Una noche, cuando se metieron a su casita con el fin de dormir, no había estrellas, ni luna
y las ranas comenzaban a llamar a la lluvia con sus voces roncas.
Apenas se habían metido en la cama cuando la lluvia comenzó a dejar caer sus goterones
gordos que repicaban en el techo de la casa como si fuera Sábado de Gloria.
- Grillito . dijo ella- ,estoy pensando si nos olvidaríamos de cerrar la ventana del techo.
- Duérmete, Caracolita, ya mañana veremos si está cerrada.
- Grillito , ¡ levántate a cerrar la ventana, que la lluvia está cayendo dentro de la casa!
- Duérmete, Caracolita; si la casa se moja , el sol de mañana volverá a secarla.
- Grillito, ¡levántate a cerrar la ventana, que el agua sigue entrando!
- Duérmete, Caracolita. Sueña que estoy bailando y que tú me miras. Ya
mañana veremos cómo echar afuera el agua de la lluvia.
Y se durmieron los dos. Él soñando que cantaba y bailaba y tocaba el violín, y ella
llorando porque su marido era perezoso, tan perezoso que no sabía levantarse de
la cama para cerrar una ventana.
Y la lluvia siguió entrando por la ventana abierta e inundó las patas de la cama; y
siguió subiendo, y subiendo y subiendo hasta que cubrió al grillo y a la caracola que
estaban dormidos, y … ¡se ahogaron!
Cuando el embustero terminó su cuento, el pánico se había retratado ya en las
caras del auditorio, y un grito de espanto salió de las bocas abiertas.
- ¿Por qué se ahogaron?
- ¡Por que el grillo era flojo y no quiso levantarse a cerrar la ventana!
- ¡Eres malo!
- ¡Eres malo!
- ¡Eres malo! – gritaron todos indignados- ¿Por qué dejaste que se ahogaran?
Y el llanto apareció en los ojos, y las miradas se tornaron agresivas.
- Bueno… - dijo el contador de cuentos- , eso es lo que a mí me dijo el pozo.
Mañana le vuelvo a preguntar. ¡Alo mejor no se ahogaron!
¡A lo mejor habían aprendido a nadar!
Y a lo mejor tengo otros cuentos que rescatar e incluso algunos que contar...
5 comentarios:
Gracias por este cuento, me gusto muchísimo recordarlo de mis lecturas de niño.
Hola este cuento y el de la niña que quería sacar a su mama de la cárcel me los contaba mi papá cuando era niña, pero su libro se perdio, podrian darme el nombre del libro????
Se llamaba el galano arte de leer
Me pareció bien gracias
Tres días después de que los gendarmes se llevaron a su mamá, Toñita fue a buscarla a donde le dijeron que podía encontrarla... ay! Yo también recuerdo con tanto cariño esas noches de cuentos. El del Pinto también
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