Dormía plácidamente cuando de pronto unos estruendos irrumpieron en mis sueños y me hicieron caer en la realidad de mi colchón, me levanté con brusquedad y tomé mis lentes. Cuando me los puse, me di cuenta de que eran las 8 de la mañana, tarde para el trabajo, lo que me había despertado fue el ruido de claxons de automóviles que se colaban por mi ventana entreabierta.
¿Qué pasó? Mi radio despertador no había funcionado esta mañana y ahora estaba totalmente atrasada en mis actividades. Intenté prenderlo, pero no funcionó, estaba acostumbrada a escuchar la voz del locutor del programa matutino mientras me bañaba y desayunaba, y ahora que no podía escucharlo un sentimiento de soledad se apoderó de mí.
Salí de la casa y me subí al carro ya más relajada, de todas formas iba a llegar tarde al trabajo, así que con más ánimos prendí la radio de mi coche y… ¿ahora qué pasaba? Tampoco encendía, el mundo estaba conspirando en contra mía, no podía creerlo, así que mi buen humor bajó considerablemente.
Manejé varias cuadras tratando de ubicar la ruta más corta para no tener contratiempos de tránsito vehicular, necesitaba con urgencia el reporte vial de todas las mañanas transmitido desde alguna estación radiofónica, pero mi radio no servía, justo cuando era necesario… ¡qué mal día!
Terminé optando por dar vuelta hacia la izquierda en la siguiente avenida, mala elección, una manifestación se apoderaba lentamente de mi espacio transitable y me hicieron esperar media hora más, minutos que pasé entre gritos y consignas en contra de las autoridades.
Por fin abrieron el paso y seguí manejando 20 minutos más hasta llegar al estacionamiento de mi edificio de trabajo, subí corriendo por las escaleras (el elevador tardaba demasiado) y llegué a una estancia de oficinas en el tercer piso, ¡por fin! Mi espacio de acción diaria, en dónde podía descansar y relajarme mientras encendía la radio ubicada en el estante de mi izquierda, sólo que esta vez ya no me sorprendió que tampoco funcionara, el día anterior se le habían terminado las pilas y con la prisa de la mañana olvidé comprar unas nuevas.
Una lástima verdaderamente, ya que yo era la única con radio en todo el piso, mis vecinas de cubículo también se entusiasmaban y hasta cantaban en voz baja las canciones de éxito de nuestra estación favorita. Ahora la oficina parecía apagada y en medio de un silencio sepulcral sonó la tonada fría y precisa de mis dedos sobre el teclado de la computadora, así hasta que resonaron más y más teclados, seguidos del timbre de un teléfono, una voz a lo lejos y mi suspiro profundo al recordar que los días son grises cuando no tienes una radio cerca.
Escritor por: Artista Equilibrista *Erika Arias*
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